Huía del mar revuelto,
de la humedad constante
de sentir frío en el abrazo.
Huía del rugir del agua,
del murmullo incesante
en susurros de las caracolas.
Ascendió hasta la superficie
sediento de tierra y de libertad.
Inspiró.
El sol tostaba sus escamas,
el aire lo acariciaba.
Paz.
Pero apenas duró unos instantes,
el cielo se encendió;
ardía en llamas,
el viento, ahora voraz,
le retaba a deshacerse.
Inspiró,
pero se ahogaba
carente de agua.
El edén
que ahora averno,
le mostraba lo que
soño como celestial.
Descendió.
Nadó a duras penas
a contra corriente,
ansioso de hogar.
Descendió
en dirección del consuelo
que había rechazado.
La huida le esperaba,
entre corales
y coloridos arrecifes,
con el abrazo
de lo que nunca debió repeler.
Tanto mar dónde ser libre
y había soñado prisión.